Dia de las Madres! Dia de Violeta!


     
      -          María se va del Pueblo
      -          Me imagino que se lleva la niña porque        está muy chiquita
      -          Parece que no
      -       ¿Con quién la deja?

María tal vez no podía llevar la carga de sus consecuencias, su madre no podría soportar dar la cara por ella en un pueblo tan pequeño donde las noticias tardaban 5 correrse con la sirena de los bomberos a las 6 de la tarde.  Doña Lola prefirió conservar su rectitud y despidió a María desde que salió del “riesgo”: 45 días después de parir.

La niña Violeta con futuro incierto sus primeros años se dividía entre la casa de su tía y la de los vecinos de la casa que quedaba patio con patio, donde vivía su papá, quien también tuvo que dar gracias que era el hombre, hijo de los dueños de la casa, que “no embarazo” a una sirvienta, sino que la “mujer negra” no respetó ni a su marido y no se aguanto las ganas…

Doña Lola tal vez hubiera querido ignorar que su descendencia ya se había extendido en una personita, que de vez en cuando la tía  paseaba para donde la comadre (porque en un pueblo tan pequeño todos son tíos, compadres, primos y ahijados); pero como dice el refrán: “La sangre pesa más que el agua” y aunque la niña Violeta no fuera “oscurita” como ella, su mirada no dejaba de reflejar la de su hija, que a pesar de tanta rebeldía, seguía llevando su apellido.  Además, tomado en cuenta que las grandiosas pruebas de ADN de hoy en día no existían 70 y tantos años atrás; la niña esperando que se pareciera más a su papá para confirmar aquel desliz, podría sufrir discriminación, o haya sido la razón cual fuera; la abuela materna se sentía con fuerza de recibir a esa niñita Violeta que cada vez le tomaba más cariño.

Y así fue, La niña Violeta dejó de estar lejos del carbón y la casa de su familia paterna pasó a ser la de los vecinos; su Abuela Lola tendría que “echar un chin más de arroz”, pero la niña disfrutaba de su doble porción de comidas, porque en “su otra casa” le guardaban religiosamente su alimento.

Pasaron muchos años de necesidad, precariedades, historias jocosas, cuentos de campo, dulces de leche cortada, café molido en le pilón, carne que se sacaba del plato para “la visita”, muchos lavados y planchados de ropa “ajena” y una niña que se preguntaba de ¿Cuál es el color de mamá? ¿Cómo es mi mamá? Porque María jamás volvió, renunció a disfrutar de las primeras sonrisas de su hija para hacer una “vida diferente” lejos de la miseria y lejos de su sangre…

A pesar de todo esto, hubo una niña que iba a la escuela, que con su abuela que lavaba y planchaba para ganarse su pan diario, una niña que se acurrucó en el calor de los pechos de aquella señora tosca, pero que procuro que no le faltara el pan. 

María volvió 15 años después a su pueblo natal, con ese aire de progreso, después de haberse montado en aquellos antiguos aviones de pasajeros ya no podría ser la misma mujer que trabajaba para otros en una casa (por lo menos no en su pueblo).  Sus razones para ver la cara de tanta gente en aquel “pueblo fantasma”:, ¿conocer a su hija? ¿Demostrarle a los “blancos aquellos” que ella se había superado? O ¿Necesitaba a alguien que le sirviera en los oficios de su casa? porque ya con 2 hijos más aun tenía que ingeniárselas para mantenerse.

Violeta, adolescente y con ansias de saber lo que era vivir con “mamá”, no vaciló en empacar sus pocas pertenencias y partir a la capital, donde en lugar de días de paseo y horas de recreo, aprendió a lavar su ropa, la de sus hermanos, la de su madre y la de otros, hasta muy tarde en la noche; aprendió que el dulce de “leche cortada” no solo se observa cuando se hace y se esperaba para disfrutarlo; también se cocinaba y se salía a vender aprovechando el recreo de la escuela mientras los demás compañeros disfrutaban del descanso.

A pesar de que Violeta tuvo de vecinos a sus familiares paternos y viendo que en aquel tiempo el orden de los colores “blanco y negro” tenían un orden establecido por la sociedad, ella no entendía porque siendo ella de las de privilegio en color, tenía que cuidar y estar con menos atenciones que sus hermanos, que aunque se escuche jocoso, eran de pelo “difícil de peinar” y piel “difícil de combinar con la ropa”…

Un día cualquiera con su cuaderno en mano y solo su uniforme azul con kaki, decidió dejar la acostumbrada bandeja de dulce en “santa Bárbara”, montarse en la guagua al “pueblo fantasma” y entregarle una carta al chofer para traerla de vuelta y entregársela a María, solo Violeta sabe que decía la carta y como se las ingenio para escribirla si bien no terminó ni el 4to de primaria.

Y así pasaron los años de Violeta, que aprendió que en medio de las carencias había más humanidad, afecto, atenciones y sobretodo cariño sincero, aparte aunque sea un pan con café seguro en una de las dos casas.  Creció, tuvo un marido que triplicaba su edad, cuando aún estaba interesada en descubrir las miradas de amor de cualquier adolescente, pero asumió su papel de manera impresionante: cuidando dos hijos, proveyendo a su pobre familia hasta del carbón para cocinar; después de todo, Violeta estaba casi segura de que su papel era de alguna manera devolver “el tamaño que le habían dado”.  Renunció a las maripositas en el estomago y no le quedó opción que “pertenecer” a alguien que por fin le cambiara su resignado destino de pobreza y “lavados ajenos”.  

sobreviviendo a la viudez, un matrimonio a vapor,  la muerte de uno de sus hijos y la pronta escases que conlleva el gastar y no producir, como dice el refrán: “A lo que se le saca y no se le mete, el fin se le ve”…Le tocó ceder ante la circunstancia de dejar a su único hijo en su pueblo donde tuvo la ventaja de no faltarle el pan y aprender desde limpiar zapatos y hacer pan, hasta ebanistería, no porque lo necesitara, sino porque él debía ser un “hombre”

Violeta decide viajar a la capital y guardar el orgullo en su cartera de domingo, y dirigir sus zapatos blancos de tacones pequeños y enlodados de su campo, hasta la casa de Doña María, que tal vez aun molesta porque había pasado tantas cosas, posiblemente aun recordaba aquella bandeja de dulces abandonada y una carta con un contenido secreto, le negó la estadía a su hija para no tener que “después de vieja” servirle a alguien que no aceptó servirle primero.

Don Enrique, aquel papá que veinte y tantos años después y tal vez esperando que la nariz de Violeta cambiara y al ver que no sucedió, se decidió a Reconocerla con su apellido y vale mencionar el todavía hoy enredo de legalizaciones de nombres en las actas de nacimiento de Violeta y su hijo, con los cambios de apellido.  Ya con más que una familia, un batallón preparado para la Revolución de abril del 1965, entre hijos, hijas, yernos, nueras y nietos, le abre las puertas a su hija para que pueda salir adelante en la capital.

Doña Violeta setenta y tantos años después, rehecha y desecha otra vida matrimonial, con dos hijos más que no estuvieron en sus planes, hoy hace anécdotas, cuenta su historia, se sienta temprano en la mañana a leer con una lupa aparte de los pequeños lentes, espera su periódico todas las tardes. Pudiera contar con melancolía sus tantas vicisitudes, y tal vez desear que su historia fuera diferente.

Y hoy aunque ella no es muy instruida y no sabe de qué se trata esta carrera nueva de la “psicología”; cuando se sienta a peinar a su nieta más pequeña, siento que puede revivir a Doña Lola, que mientras planchaba, ella se le recostaba en el piso entre sus faldas a hacerle preguntas.  Cada vez se le hace más difícil negarle un peso a mi hija para comprarse “una menta” y recuerda con cuanta insistencia ella le hacia la misma petición a “su abuela” quien “por salir de ella”, se lo daba…

Doña Violeta sabe que no consiguió la casa de sus sueños, ni el compañero de su vejez o una pensión digna después de más de 30 años parada en tiendas; pero si consiguió romper un recuerdo de una abuela, madre e hija que no pudieron vivir juntas,   

Por momentos yo pensaba que mi mamá exageraba en sus cuidados, una época de mi vida solo atinaba a rebelarme y sacar mil y unas malcriadeces; Después quise ser muy “justa conmigo” y busque culparla de mis errores; Luego quise ser “muy madura” y “entenderla demasiado” justificando el porqué de sus acciones y reacciones…

No puedo decir hoy que quisiera devolver el tiempo y haberle dado más tranquilidad a “la vieja”, porque creo que toda esa marea nos dio hoy la tranquilidad de sentarnos por horas a hablar hasta de cosas que no tienen sentido…

GRACIAS MAMI, TE AMO
KEYLA ESTEPAN MELLA

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