Una paz fuera de este mundo

"La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo." — Juan 14:27

Hay días en los que sentimos que tenemos todo bajo control, hasta que una pequeña señal se convierte en el inicio de una crisis. Ese viernes llegué de la oficina con buen ánimo, haciendo planes para salir, incluso después de una semana intensa de trabajo. Pero un dolor de cabeza, una fiebre repentina y la decisión de resolver un problema técnico que no quise delegar me llevaron a la sala de emergencia.

Pasaron cinco meses y, después de un arsenal de estudios, finalmente recibí un diagnóstico. La certeza de saber lo que estaba sucediendo fue un alivio, pero iniciar el tratamiento no trajo la mejora que esperaba. Al contrario, mi salud comenzó a deteriorarse rápidamente. Las hospitalizaciones y el agotamiento físico se volvieron parte de mi rutina, y pronto me encontré limitándome en todo: salidas con mis hijas, tareas del hogar, asuntos personales, incluso en el trabajo. La simple frase "no te preocupes" de quienes me apoyaban no evitaba que el miedo y la frustración se acumularan.

Cada especialista tenía una opinión diferente, y me sentía perdida en un mar de recetas y recomendaciones. Lo único en lo que coincidían era en que debía descansar. Sin embargo, descansar, para mí, siempre había significado hacer algo productivo. Dormir cuando había tantas cosas pendientes me provocaba culpa, y aunque las personas se ofrecían a ayudarme, apenas llamaba a unas pocas.

Siempre había sido yo quien cuidaba de los demás, quien dirigía y controlaba, y un día, al darme cuenta de que ni siquiera podía vestirme sola, rompí en llanto, sintiendo una impotencia que nunca había conocido. ¿Cómo aceptar que necesitaba ayuda? ¿Cómo permitir que otros me cuidaran, cuando eso implicaba soltar el control?

Después de un ingreso particularmente difícil, un doctor me dijo: "Llega a tu casa, descansa, apaga el celular, deja que los demás hagan todo por ti." Comprendí que aceptar esa ayuda significaba renunciar a la idea de que todo debía hacerse a mi manera. Implicaba comer la comida que mis hijas preparaban, aunque no fuera como yo la haría, y confiar en que todo seguiría sin mi supervisión.

-"*La paz que yo doy, no como la da el mundo*."- dijo Jesús .

El mundo me enseñó a depender de mi fuerza y a buscar paz en el control, pero esta situación me recordó a una paz diferente, una paz que implica soltar, confiar y recibir ayuda, aun cuando me incomode.

Aceptar la ayuda no fue fácil, pero al hacerlo, encontré un descanso verdadero. Mis fuerzas, limitadas y agotadas, ya no bastaban para sostenerme, y vi cómo, en ese momento de vulnerabilidad, Dios me estaba mostrando una paz que no depende de mí. Permitir que otros me cuidaran era, en sí mismo, un acto de confianza y fe.

Da miedo, turba que alguien te vea en tus peores momentos, pero cuando ya lo permites, solo fluye el descanso.

Da temor saber que no depende de mis fuerzas o conocimientos que las cosas se hagan; pero da paz saber que otros lo harán por mi, mientras puedo dedicar mi energía total a mi recuperación.

Finalmente, comprendí que no todo tiene que depender de mis fuerzas o conocimientos. Existe una paz, una paz que Jesús ofrece, que no requiere que controle cada aspecto, sino que me permite fluir en el descanso, sabiendo que Dios provee y cuida, a través de cada persona que extiende una mano.

Que bueno es saber que existe una paz distinta a la efímera del mundo.

#meditandounpoco 

Keyla Estepan 

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